domingo, 25 de noviembre de 2012

Πεταλούδες γυρνούν στην Αθήνα (I)



Salir del autobús recién llegada del aeropuerto y ver la plaza Syntagma ante ti.
Ver las aceras con adoquines sueltos, recuerdos de una fallida revolución.
Ver y leer las paredes que hablan en Exarchia.
Probar un Souvlaki a las 5 de la mañana.
Ver jardines autogestionados por anarquistas.
Llegar a una plaza y que todo el mundo te haga sentir como en casa.
Ver al vendedor ambulante con la sonrisa más bonita del mundo y que te desea la mejor de las estancias.
Subirse al autobús para ir a casa a las 6 de la mañana y ver caras largas de una nueva jornada de trabajo que empieza.
Recibir una queja de una griega sentada en una silla detrás de ti en el autobús, porque no haces más que restregarle por la cara tu mochila, sin darte cuenta.
Saber que deberás convivir en una habitación de escasos 30m2 con 4 personas, que luego fueron 5.
Aprenderte 3 nuevos nombres árabes, con sus correspondientes 3 caras borrosas del cansancio y sueño acumulado del viaje.
Dormir. Levantar la vista, y ver a un hombre dormir. Sin camiseta, pelo suelto, cara tranquila, brazo apoyado en la frente. Pensar inmediatamente en el personaje de Sansón.
Levantarse, y, al ver que te dirige la palabra con un "ça va?" contestar un "oui" tímidamente, cabizbaja.
Tomar mi primera cena de Ramadán: Mtouem y chorba. Dátiles y leche para empezar.
Ir a la playa a las 10 de la noche.
Tumbarte en las tumbonas que pertenecen al bar más cool de la zona, lleno por el día, pero vacío de noche.
Tomar la luna a escasos metros de la orilla del mar.
Sentirte feliz al saber que estás disfrutando de algo que haces por la noche, sin pagar un duro, pero que en unas horas, con sol, podría costarte hasta 50 euros.
Bañarse en el mediterráneo a las 4 de la mañana y jugar a un improvisado water polo con un niño que se acercó.
Hablar de todo y de nada, del pasado y del futuro, de la vida, lo negro que está el futuro, los consejos, el dejarse llevar.
Volver a casa hablando sobre temas polémicos, debates improvisados que acaban por distanciar a la gente.
Ver que tienes una opinión diferente y no te comprenden por ello.
Que te acerques a mí disimuladamente, cambiando de lado tu almohada para poder hablar conmigo, al borde de mi cama.
Enseñarme tu música, enseñarte mi música.
Hablar tu idioma, que hables mi idioma.
Dormir, y acercar disimuladamente mi mano a tu cama con la ilusa esperanza de que me cojas la mano.
Notar que no puedes dormir y que de vez en cuando me miras pensando que estoy dormida.
Que te levantes cada dos minutos al baño, porque no puedes conciliar el sueño.
Pensar "Lève-toi et embrasse-lui, bordel".
Pensar "Qu'il m'embrasse dès qu'il revien se coucher au lit".
Ver la ciudad más bella que he visto hasta ahora de la mano de una experta guía privada a la que odiaba, y que al final resultó ser una gran amiga.
Pensar en todo lo que había, todos los que estaban hace años en estas mismas colinas.
Tomar un frappé (doble de azúcar, doble de leche, yo también) y fumar un cigarro compartiendo impresiones sobre chicos.
Volver a casa y recibir una invitación improvisada "Plage, et deux bières". Aceptar.
Sentarse en un banco que da a la mar, y no poder dejar de fijarse en los reflejos de la luna sobre el agua.

Clin, clin, clin.

Sentir que estás nervioso.
Que sientas que estoy nerviosa.

Los "je ne sais pas".
Los "voilà, voilà".
Los silencios incómodos.